lunes, 5 de diciembre de 2011

La Tía Jolila

Mi madre me contó que en aquellos tiempos, tras la guerra, se pasaba hambre. Es lo que tienen las guerras.

En mi pueblo había una "casa de los pobres" . No era algo muy habitual, pero entonces mi pueblo era mas solidario que ahora. O quizás la gente de entonces era mas solidaria que ahora.

En esa casa, si se puede llamar así a una habitación con una simple chimenea, se podían quedar aquellos a los que lo único que les quedaba era su dignidad. Un poco maltrecha, pero dignidad al fin y al cabo. El Ayuntamiento les dejaba un haz leña con que calentarse, y por lo menos tenían un techo sobre sus cabezas. Vivían de lo que la gente les daba. Venían de muchos pueblos de alrededor, porque esas cosas corren a la velocidad de la luz, y eso que no había Internet.

Mi madre dice que muchas noches había bronca. Los vecinos se quejaban "hay que ver qué nochecita nos han dado hoy!" Pero nunca llegaba la sangre al río.

La Tia Jolila era una de esas almas.
Mi madre cuenta que venía a pedir limosna a casa. Mi abuela Julia, mirando un poco de reojo a mi abuelo Heliodoro, le daba un plato caliente, o un trozo de tocino, y a veces unas monedas. En casa de mis abuelos mandaba mi abuelo, pero se hacía lo que decía mi abuela. !Pues sólo faltaba! Por lo que cuenta mi madre, mi abuela Julia los tenía bien puestos y tenía tanto genio como buen corazón. Se quedaría ella sin el plato de sopa, lo mas seguro. Mas de una noche la pasó la Tía Jolila durmiendo en el suelo de la cocina ...
Algunos vecinos le decían que no le diera dinero. Que se lo gastaba en vino. Pero abuela les contestaba con ese genio suyo:" !pues mejor!! Si con la vida que le ha tocado llevar no puede  disfrutar ni de un vaso de vino, estamos apañaos".
Dice mi madre que era mas de un vaso de vino el que se tomaba. Pero ¿Quienes somos nosotros para criticarla?
Mi abuela se quedaba contenta, la Tía Jolila se quedaba contenta. Y mi abuelo se quedaba contento y orgulloso. Aunque no le dijera nada a mi abuela.

Porque mi abuelo era de pocas palabras, pero cuando había que decir o hacer algo, no había quién le para los pies.

Recuerdo la historia del cabrón...

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